Guest Publicado 28 de Febrero del 2016 Reportar Publicado 28 de Febrero del 2016 Este texto fue publicado originalmente en agosto de 2015. Los nombres utilizados en el texto no son los reales para mantener el anonimato de los personajes. Sonia ha tenido una vida difícil. De caderas amplias, abdomen plano y pechos pecosos, se maquilla para ocultar, sin éxito, unas profundas ojeras. De tan marcadas, las líneas de expresión parecen rajarle la cara. Tiene 55 años y más historias de las que le gustaría contar. Tal vez por eso resulta admirable su permanente buen humor o sus deseos de echar desmadre. La conocí hace tiempo en una fiesta de mi mamá. Es de esas invitadas escandalosas, que tarde o temprano, se vuelven el centro de atención. Me acostumbré a verla en las reuniones familiares y a reírme con sus albures o sus bailes subidos de tono. Durante una comida me senté al lado de ella y, para evitar los silencios incómodos, le pregunté por su familia. Resultó que tenía dos hijos que, como ella dijo, "seguramente me caerían muy bien". Después de unos minutos de plática superficial, no sé si por efectos del alcohol o por su abierta personalidad, mi nueva amiga decidió contarme una divertida pero perturbadora historia familiar. Relacionados: Mi amigo me violó A los 19 años, Sonia tuvo a Rocío, convirtiéndose en madre soltera. Sin estudios ni apoyo económico, la adolescente se mudó a un cuarto de azotea y comenzó a laborar como trabajadora doméstica. Cuatro años después nació Ramón, su segundo hijo, a quien tuvo con otro hombre. "Fíjate que a pesar de que era difícil vivir así, yo quería mucho a los niños. Rocío me ayudaba con su hermano, era como su muñeco. La verdad yo no culpo a nadie por lo que pasó, yo tenía que hacer mis cosas o nos quedábamos sin tragar. Fue un descuido, nomás", me contó. Lo que pasó fue que un día, Sonia bajó a lavar ropa y dejó a sus hijos en el cuarto. Cuando volvió para tender algunas prendas, encontró a Ramón en el suelo, llorando y con varios raspones. El bebé había rodado por las escaleras sin que nadie lo viera. Con la culpa atorada en la garganta, lo llevó al doctor. Aliviada escuchó el diagnóstico: el accidente no había pasado a mayores. "Seguimos haciendo nuestra vida normal. En las mañanas llevaba a la niña al kínder y a Ramón a la guardería. Después me iba a trabajar. A la hora de la comida ya estábamos de regreso en el cuartito. Todo iba bien, hasta que en la guardería me dijeron que notaban algo raro en el bebé. No avanzaba como los otros niños". Relacionados: No soy un monstruo, simplemente tengo una enfermedad mental Sonia supo que la caída de su hijo lo había condenado. Después de varios meses de estudios y visitas al Hospital Infantil de México y al Hospital Psiquiátrico Infantil Juan N. Navarro, recibió la noticia: Ramón formaba parte del 8.1% de la población mexicana que, de acuerdo con el INEGI, tiene una discapacidad intelectual. "Me dijeron que tiene un retraso mental moderado. O sea, que sí iba a poder hablar y caminar, pero con mucho esfuerzo leer y sumar. También que su desarrollo iba a alcanzar un tope, como si siempre fuera un niño de siete años. Fue duro enterarme, pero ya no se podía hacer nada". Me mostró varias fotografías de Ramón en su celular. Él tiene 32 años, actualmente. En todas aparece en traje de baño. Luce alegre y en forma. Sonia posa orgullosa a su lado. "Fíjate que está re guapo mi Ramón. Una escuela especial sale muy cara y nunca nos alcanzó. Pero entre su hermana, su padre y yo, le enseñamos a hablar y a que se aprendiera su teléfono y su dirección. Lo que sí es que desde chiquito le encantó el deporte y salió bueno para la natación. Ha ganado campeonatos varias veces y me hace berrinche si no lo llevo a entrenar". Relacionados: El extraño caso de la chica sin vagina Sonia no es una madre convencional. Una de sus mayores preocupaciones era que pasaban los años y Ramón no conocía las bondades del sexo. "Yo siempre lo he acompañado a las competencias y lo ayudo a cambiarse, ahí fue cuando me di cuenta de que estaba bien fuerte el escuincle. Igual que su papá, lo que sea de cada quién. La verdad no se me hace justo que no se pueda echar un palito nomás por su problema", me platicó divertida. "Sé que mucha gente me juzga por mi forma de ser, pero la vida se hizo para disfrutarla, ¿a poco no? ¡Y es que pobre Ramón! ¿Virgen toda su vida? No, no". Sonia le comentó a su pareja actual sobre su inquietud y él le dijo que lo llevaran con una prostituta. "No me pareció mala idea, aunque pues yo no conozco ninguna, ¿verdad? Julián me dijo que se iba a encargar de todo". Un viernes Sonia recibió una llamada de su pareja. Le dijo que preparara a Ramón y que pasaba por ellos a las seis. "Le dije al muchacho que se bañara bien y lo puse guapo. Ya en el coche me fui poniendo nerviosa. A cada rato revisaba mi bolsa para ver si sí traía los condones que había comprado". Por 200 pesos, Julián había conseguido a una señora que vivía en el centro de la Ciudad de México y que ya sabía que tendría un cliente especial. "'Pinche codo', le dije, 'seguro está re fea para cobrar tan poco'. El cabrón nada más se carcajeó. Cuando llegamos a la vecindad, la vieja salió por nosotros. Tenía las chichis caídas y estaba medio panzona. Me dijo que se llamaba Concha y que en dos horas pasáramos por Ramón. Le di los condones y le advertí: 'Pobre de ti si te lo haces pendejo, ¿eh? No lo trajimos a platicar'. Concha me dijo que no me preocupara y que lo iba a tratar bien. Tomó a Ramón de la mano y se fueron caminando. Nosotros nos fuimos a cenar al Popular. La verdad yo estaba nerviosa. Me daba miedo que la vieja ésa le fuera a hacer algo o que no se pusiera condón", me contó. Relacionados: Un día en la vida de una prostituta Sonia tampoco sabía cómo actuar cuando fueran por él. "Ya parece que le iba a preguntar '¿Cómo te fue con la piruja, hijo?' ¡pero pues una madre siempre quiere saber!" Sonia dice que su hijo merece experimentar todo lo que un muchacho normal está viviendo a esa edad. "Yo me embaracé muy chamaca de su hermana, y al papá nunca lo volví a ver. Luego tuve a Ramón con Fernando, y pues nunca pude disfrutar mi juventud. Yo quiero que él viva al máximo, digo, dentro de sus posibilidades, ¿a poco tú no querrías lo mismo para los tuyos?" "Cuando fuimos por él, le dije a Julián que se adelantara con Ramón, y yo me quedé hablando con Concha. La vieja me terminó cayendo bien. Me dijo que a Ramoncito todo el asunto le funcionaba perfectamente y que estaba muy bien educado. Que como era muy tierno, se habían echado otras dos cogiditas de cortesía. ¡Ah, qué pinche generosa me salió la Concha! Eso sí, me enseñó los condones que usaron y me dijo que siempre se cuida, sea quien sea el cliente. Me pidió que se lo llevara pronto, que ella le iba a dar muy buen trato por el mismo precio". De regreso a la casa, Sonia me aseguró que Ramón "traía una cara de idiota que no podía con ella". Cuando se bajaron del coche,la abrazo y le preguntó: "Mamá, ¿cuándo volvemos a ir con Conchita?" Lo malo, según cuenta, fue cuando se enteró su padre. "La verdad yo no pensaba decirle a Fernando, pero el zonzo de su hijo estaba tan emocionado que luego luego abrió la bocota. Me armó un pancho que ya te imaginarás. '¡¿Cómo se te ocurre llevarlo con una mujerzuela?! De veras que no tienes madre, Sonia. No respetas ni a tu propio hijo'. Yo sólo le di el avión. Al final, reconoció que ya no lo podía tratar como un niño y hasta quedamos en que iban a hablar largo y tendido sobre su cuerpo, preservativos y demás". Ya tienen varios meses así y afortunadamente, cuenta, a Ramón lo ve muy contento. "Ya sabe que cada dos semanas le toca ir al centro. Ni le tengo que decir, él solito se viste, se arregla y hasta le ha comprado regalillos a la Concha. Es que es buen muchacho, la verdad, y a los 32 años, ¡ya tenía que estrenarse!" No sé qué decirle a Sonia. Sonrío impresionada mientras ella se burla de mi poca experiencia en la vida. Después se termina su tequila y se para a bailar mientras suena una cumbia.
Publicaciones recomendadas